domingo, 29 de marzo de 2020

Guerra simbólica del fascismo

Los fascistas consideran que la guerra es el estado donde los humanos somos capaces de alcanzar nuestra mejor expresión. Sostienen que en el estado de guerra se forjan valores y aptitudes específicas que enaltecen al grueso de la población. Por eso el fascista en todas las dimensiones de la vida se basa en la lógica de la guerra.

Los nazis y fascistas fueron derrotados en la segunda guerra, pero además de eficientes arquetipos de villano para las películas de James Bond e Indiana Jones, estos regímenes populistas totalitarios han dejado mecanismos más de una vez utilizados por distintos gobiernos a lo largo de la historia. La actual crisis generada por la propagación de virus Covid-19, genera un escenario más que propicio para el despliegue de estos mecanismos. Muchos gobiernos del continente le han vendido al pueblo distintas guerras (contra el narcotráfico, la guerrilla, la delincuencia, los inmigrantes, etc) para asegurar su gobernabilidad. Por eso no es raro que afrontar la pandemia sea automáticamente definido como una guerra.

Los gobiernos con rasgos fascistas siguiendo la lógica antes explicada, optan por afrontar cualquier crisis como si de una guerra se tratase. Existe un enemigo externo y la nación deberá dejar de lado sus diferencias para derrotarlo. La victoria se torna un fin superior, y alcanzar este fin demanda respetar la cadena de mando sin excepción. Está verticalidad monolítica (la unidad nacional) se convierte en una máquina de guerra que no puede detenerse a contemplar los intereses puntuales. Aunque estos intereses sean de las minorías o los históricamente postergados. Incluso las bajas provenientes de estos sectores serán clasificadas como daño colateral, un sacrificio que estamos dispuestos a pagar.

Cómo la política es el campo donde las voces de estos sectores postergados pueden encontrar resonancia, cualquier intento de "hacer política" será condenado. Se lo señalará como un acto mezquino, egoísta, oportunista que nos aleja de ese fin superior, derrotar al enemigo. Convenientemente, en forma legítima el gobierno podrá aplicar criterios unilateralmente minimizando la resistencia de los intereses que contrastan con los suyos.Paradójicamente este sistema se embandera en el bien popular para descartar e invisibilizar los intereses subalternos. 

Pero ¿cómo un orden vertical que beneficia a las minorías que gobiernan es sosteniendo por todos? Existen muchos elementos que explican esto, pero sin duda uno de los principales es la recompensa moral. 

Siempre con la ayuda de los medios de comunicación masivos (No hay totalitarismo sin medios de comunicación que respalden) se construye un discurso que le otorga un tinte épico y romántico al resistir del pueblo.Este relato se sostiene sobre imaginarios ya establecidos y arraigados, de carácter básicamente chovinista; Ejemplo, "Somos un pueblo solidario" "Somos un pueblo de conciencia cívica". Se parte de estos mitos para generar un arenga constante que hace de cada medida unilateral tomada por el gobierno una batalla ganada contra el enemigo. En este escenario de lo simbólico el trabajador que se ve obligado a trabajar en medio de un pandemia es definido como "El laburante que sale a ganarse el mango" a quien el gobierno no perjudicará prohibiendole circular. Se transmite en directo el aplauso en honor a los médicos, pero el gobierno no aplica las medidas que estos recomiendan. Se abren cuentas para que la población colabore solo para reforzar el sentido de pertenencia y lealtad hacia a la búsqueda del fin superior. En resumen se apela a aspectos que cobran fuerza más desde lo emotivo que desde racional. Más que acciones concretas que modifiquen la realidad se genera una construcción discursiva desde la que nos regocijamos por lo solidarios que somos y de lo dignos que nos hace el sacrificio diario de la lucha, esta es la recompensa moral. Cuando aplaudimos en el balcón, no aplaudimos a los médicos nos aplaudimos a nosotros mismos.

Quizás la alternativa es, como algunos intelectuales lo sugieren,  ver esta crisis no como una guerra sino como una revolución. Re valorando los vínculos y dimensionando qué peso tiene el consumo por el consumo en nuestras vidas. Lograr que nuestros movimientos colectivos se originen por el sentido de comunidad, la empatía y no por un sentido de supervivencia maquillado con un poco de patriotismo y marketing.

Escrito por Federico Gasañol.

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